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Cómo citar este artículo:
Franco, C., Lozada, L., & Baldeón, S. (Julio - diciembre de 2021). Análisis de indicadores de alimentación saludable: estudio de caso en Píllaro y Ambato. Sathiri (16)2, 144-156. https://doi.
org/10.32645/13906925.1079
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Introducción
Para alcanzar una calidad de vida adecuada, los alimentos juegan un rol sumamente relevante, por lo
que es necesario garantizar su calidad, inocuidad, acceso y disponibilidad en todo momento (Muñoz
& Pérez, 2015). Estas dimensiones en conjunto se denen como Seguridad Alimentaria, término que
fue acuñado en la Cumbre Mundial de la Alimentación (Roma, 1996). Así, el concepto es parte de la
estructuración de la Soberanía Alimentaria, propuesto por la Vía Campesina, que deende el derecho
de los pueblos a mantener la producción de los alimentos, manteniendo su cultura y tradiciones
(Carrasco & Tejada, 2008).
Los alimentos representan instrumentos para satisfacer necesidades de energía y nutrientes,
así como determinantes para el desarrollo de la sociedad en general (García et al., 2015). Es por
esto que la Organización Mundial de la Salud recomienda el consumo elevado de frutas, verduras,
legumbres, carne blanca y grasas no saturadas (WHO, 2020). Con esto se promueve el consumo
de una dieta saludable, que permita prevenir la malnutrición en toda sus formas (desnutrición o
sobrepeso), así como un intento por reducir las Enfermedades Alimentarias No Trasmisibles (HLPE,
2018).
La OMS promueve la ingesta recomendada de aproximadamente 400 g diarios de frutas y
vegetales, 50 g de carne blanca y la reducción del porcentaje de hidratos de carbono (WHO, 2020).
Por otra parte, el contenido de grasa total no debe sobrepasar el 30%, grasas saturadas el 10% y en
grasa trans el 1%, mientras que la cantidad de sal adecuada es 5 g/día (Alzate, 2019). Tomando en
consideración estas pautas, es primordial destacar que la combinación de los diferentes grupos de
alimentos permite balancear los requerimientos nutricionales de las personas (Latham, 2002).
Para alcanzar un balance alimenticio es importante denir los hábitos adecuados que
inuyen en la elección y consumo que forman parte de la dieta, estableciendo una relación con
comportamientos consientes que evolucionan a lo largo del tiempo (Oda-Montecinos et al., 2015).
Es decir, se encuentra condicionado el comportamiento a factores como el económico, el religioso
o sociocultural, en los que se desenvuelven los individuos. Además, guardan especial relación con
cambios sociales como el crecimiento demográco de la población, que condiciona en ocasiones la
manera de elegir los alimentos (Calvo, 1977).
Con la globalización, por otra parte, las cadenas de suministro ofrecen la posibilidad de
acceder a una gama más amplia de alimentos, con fechas de caducidad más prolongadas y variedad
de presentaciones (HLPE, 2018). Esta propuesta, encaminada a ofrecer productos con mayor
información para el consumidor, facilita la transición hacia un consumo más sostenible. Sin embargo,
eso no garantiza la expansión de alimentos ricos en carbohidratos y grasas; con una alta palatabilidad
y saciedad inmediata que se asocia a alimentos poco saludables (Rebollo et al., 2018). Al respecto, el
alto contenido calórico genera un desequilibrio de los hábitos alimenticios, cuyo grupo de consumo
se encuentra en niños y jóvenes que pueden establecer patrones de consumo con alto riesgo de
contraer enfermedades no alimenticias en la edad adulta (Jaramillo, 2016).
Hernández (2011) menciona que en la mayoría de los países latinoamericanos se evidencia
una transición nutricional importante, enfocada hacia la reducción del consumo de bra e hidratos
de carbono complejos, para sustituirlos con alimentos ricos en grasas, azúcar y sal. Este cambio se ve
acelerado por la elevada tasa de urbanización, brechas sociales y económicas, que son detonantes
para la modicación de la conducta alimentaria. Por lo que, resulta más conveniente adquirir alimentos
de alta saciedad a menor precio que productos saludables con baja palatabilidad (Rivera, 2020).