
NEURODIDÁCTICA PARA UNA
CULTURA DE LA BONDAD
.............................................................................................................................................................................................................................................................
Cómo citar este artículo:
Ticono, W., Lalangui, R. & Jaramillo, B. (Enero - Junio de 2021). Neurodidáctica para una cultura de la bondad. Sathiri (17)1, 65-80. https://doi.org/10.32645/13906925.1103
69
cognitivos (planes, memorias o ideas); nalmente el componente de conducta inconsciente,
cuando los procesos cognitivos inuyen en una conducta de la que no somos conscientes,
así tomamos decisiones basándonos en una intuición o corazonada u otros motivos
aparentemente sin fundamento (p. 518).
Según mencionan Benavides y Flores (2019), en su artículo titulado “La importancia de las
emociones para la neurodidáctica”: “Los estados emocionales de los estudiantes son básicos para
el aprendizaje” (p. 26). De esto, los docentes deben ser conscientes, ya que los humanos no solo
somos racionales (animal racional) como lo había manifestado Aristóteles, sino que el hombre es
un ser emocional. Esto ya había intuido el pedagogo suizo Pestalozzi, cuando maniesta que el
aprendizaje ideal se desarrolla con cabeza, corazón y manos.
Concordante con lo expuesto, (Friedrich & Preiss, 2003) maniesta que en la “actualidad
con el desarrollo de las investigaciones sobre neurociencias se ha llegado a saber que el cerebro
conjuga los tres aspectos (pensar, sentir y actuar) en un todo” (p. 40).
En esta misma dirección, el neurocientíco Paul Mac Lean, en su teoría del cerebro triuno,
propone que la especie humana, con el pasar del tiempo, ha ido cambiando la morfología cerebral, pero
en lugar de percibirlo como un proceso de cambio global y unicado, lo describe como un proceso en el
cual brotaron nuevas e independientes estructuras del cerebro que operan cada una con sus propias
particularidades. Así, el neocórtex se relaciona con lo racional, la parte cognitiva del pensamiento; el
cerebro límbico o emocional tiene que ver con los sentimientos; y el cerebro reptiliano está relacionado
con la parte activa o de supervivencia que también se lo vincula al actuar o hacer.
Las deniciones que se acaban de exponer muestran mucha similitud. Esto nos da pautas
para comprender que la educación no está considerando estos tres aspectos y se ha dado mayor
énfasis a las cuestiones cognitivas, dejando en segundo plano las emociones y el hacer; por tanto,
no se cumple con la educación integral que se ha venido prometiendo y anunciando por décadas.
Goleman (1998) en referencia a la inuencia de las emociones en el aprendizaje escribe lo siguiente:
En cierto sentido, tenemos dos cerebros, dos mentes y dos clases diferentes de inteligencia:
la racional y la emocional. Nuestro desempeño en la vida está determinado por ambas; lo
que importa no es solo el cociente intelectual sino también la inteligencia emocional. En
efecto, el intelecto no puede operar de manera óptima sin la inteligencia emocional. Por
lo general, la complementariedad del sistema límbico y la neocorteza, de la amígdala y los
lóbulos prefrontales, signica que cada uno de ellos es un socio pleno de la vida mental.
Cuando estos socios interactúan positivamente, la inteligencia emocional aumenta, lo
mismo que la capacidad intelectual (p. 49).
El aprendizaje es afectado por las emociones; estas producen cambios de conductas
porque desencadenan cambios químicos (neurotransmisores) que regularizan los cambios de
ánimo. Si existe un ambiente de estrés, violencia, miedos, tensiones, amenazas, estigmatizaciones,
odio, rencor, frustraciones, pesimismo, soledad, tristezas, etc., es por la liberación de cortisol;
el aprendizaje y las buenas relaciones humanas se bloquean impidiendo que se pueda retener
información; la memoria disminuye afectando la comprensión; con un escenario así resulta casi
imposible la educación. Por otra parte, cuando sucede lo contrario, un ambiente de comprensión,
amor, respeto, conanza, empatía, alegría, entusiasmo, optimismo, felicidad, gratitud, ternura, etc.,
el cerebro se prepara para el aprendizaje, porque se liberan neurotransmisores como la dopamina,
que da una sensación de placer y alegría, lo que predispone a los individuos a establecer mejores
relaciones humanas y ambientes de convivencia sana.