El Caballo que regresaba de las guerras
DOI:
https://doi.org/10.32645/13906925.489Resumen
Tienes que prometerme que también dejarás escrita para otros esta historia. He viajado lo suficiente como para alargar mi vida, y he dormido tan poco para soñar despierto. Lo que vas a oír es tan cierto que parece haber sido dicho por alguien que solo lo ha oído: La gente de Pasto, de Guaitarilla, de Berruecos, de Pupiales; de las gargantas del Juanambú donde estornudan las sombras y se desbarrancan enigmas al Patía; las de Tulcán y hasta las de San Ga- briel y Huaca, son la que más recuerdan al caballo. Pasaba cabalgado, cada cierto tiempo, con tan solo una camisa herida y desflecada. Volaba sobre los abismos desbarrancando a destiempo las piedras amontonadas por Agualongo. Cruzaba pisoteando ese ajedrez de lomeríos verdes de la melancolía. Eran tiempos del frío sin fronteras, de peones que lidiaban con caballos que relinch- aban sus porfías manoteando la resignación de los potreros. Las vacas rumiaban antiguas indif- erencias mirando cómo los vecinos de los caseríos les alambraban los linderos. Se agachaban a resoplar un aire ajeno a las obsesiones de los reclutadores, porque llegaban pesquisas milicianas que se habían puesto a practicar el calorcito de las guerras.
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Derechos de autor 2015 Pedro Arturo Reino Garcés

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